jueves, 29 de diciembre de 2016

Tweet largo: el larguísimo plazo es nunca


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Y tenía razón (o no).

Salvo armagedón, tratar de resolver los problemas actuales pensando en el larguísimo plazo tiene poco sentido en un mundo muy complejo. Esa es la principal lección que se extrae de la evolución. O del Derecho Antimonopolio.

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Hace un par de décadas, por ejemplo, Clinton auguró el nacimiento de una nueva época a partir de que se descifrara el genoma humano. Han pasado veinte años y se ha avanzado relativamente poco al respecto. En los años ochenta, se anunció que el SIDA se convertiría en una pandemia que derrumbaría el sistema sanitario y colapsaría los hospitales.



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Hace poco tiempo, con el ébola, el miedo a una extensión mundial de la enfermedad se extendió por todo el mundo.


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Hace pocos días se ha anunciado una vacuna eficaz.


Mi impresión es que no vale la pena discutir sobre proyecciones a treinta o cincuenta años salvo en lo que se refiere al cambio climático (sin volvernos histéricos tampoco) porque el cambio climático sí que puede ser un armagedón. O una guerra mundial iniciada por China o por un dictador loco que tenga armas nucleares. O un cataclismo natural de proporciones planetarias. No recuerdo bien si estos son los jinetes del apocalipsis que ha enumerado Cochrane.


Esta semana le ha tocado a la contaminación en las grandes ciudades y ya se está hablando de soluciones “definitivas” consistentes en prohibir el acceso en coche a los centros urbanos. Sin embargo, el problema puede dejar de serlo en diez o quince años una vez que se generalicen los coches eléctricos y los coches sin conductor o los drones si se pueden utilizar para el transporte de viajeros. O, simplemente, porque se acabe con las emisiones de NO2 de los coches diesel porque se generalice y mejore el sistema ya implantado por algunas marcas. Lo que hay que hacer es entender bien por qué se produce la contaminación (en el caso del NO2 son los motores diesel) para poder explorar las soluciones más prometedoras. Pero no matar moscas (o tirar al niño junto con la bañera) a cañonazos.


¿Qué nos enseña esto? Que una innovación tecnológica o institucional puede resolver el problema a bajo coste. Lo que debería preocuparnos es que nuestro desconocimiento de las causas del problema, la estructura de incentivos de los actores o la regulación impidan que esa innovación aparezca.


O piénsese en el tema de las pensiones. Si en los próximos treinta años resulta que los robots y la inteligencia artificial han modificado sustancialmente la producción industrial y la gente dedicará su tiempo a actividades productivas (en el sentido de que hay alguien dispuesto a “comprar” y pagar por lo que producimos) que tengan poco que ver con la fabricación y distribución de bienes y servicios “de consumo” ¿por qué vamos a preocuparnos de las pensiones si todo el mundo recibirá una renta básica suficiente para cubrir las necesidades básicas (vivienda, alimento, educación y cuidados cuando estamos enfermos)? En ese mundo, que haya un sistema público de pensiones será una redundancia. Que cada uno ahorre lo que quiera o pueda en la seguridad de que nunca se quedará en la calle. Si 500 millones de indios y 800 millones de chinos se incorporan a las “clases medias” mundiales en los próximos veinte años ¿qué problema fiscal tendrán sus estados para allegar medios suficientes para atender a los pobres que resten?


O piénsese en el tema de la inmigración. Si África crece al 5 % anual los próximos veinte años ¿no se acabará la inmigración masiva que hemos visto en la última década? ¿No es eso lo que ha pasado con el sur de Europa o está pasando con Latinoamérica? Si México, Venezuela o Brasil se “pacifican” ¿no podrán absorber decenas si no centenares de millones de inmigrantes? O puede pasar lo contrario y que debacles como la de Venezuela o la de Oriente Medio se produzcan en otras regiones. Pero otras mejorarán.


Es todo tan impredecible y el sistema es tan complejo que lo mejor que podemos hacer es preocuparnos por
  • estudiar los problemas conforme aparezcan tratando de establecer las relaciones causales de la forma más precisa posible;
  • generar un entorno competitivo e institucional que facilite la aparición de innovaciones (investigación científica básica y aplicada) y de mejoras institucionales que apliquen las soluciones teniendo en cuenta las relaciones causales y
  • dejar de pensar en el larguísimo plazo con la ilusión de poder hacer microgestión de problemas tan complejos. Nunca conoceremos las relaciones causales completas.

Hagamos como los galos que sólo temían que el cielo cayese sobre sus cabezas.


el cielo sobre nuestras cabezas


Recuerden el famoso informe del club de Roma de los años 70. No dieron ni una. Ni una. Y el problema no es que se publiquen informes como ese. El problema es que adoptemos políticas basadas en predicciones de larguísimo plazo que no son mas que conjeturas, ni siquiera “educated guesses” y los resultados, estos sí, sean los de incrementar las posibilidades de la catástrofe. Seamos inteligentes y dejemos abiertas las posibilidades.


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