domingo, 14 de abril de 2013

La moralidad de los mercados según Adam Smith

Los mercados promueven la moralidad en cuanto reducen la pobreza y la pobreza es la fuente de los comportamientos más inmorales. 


La pobreza mata y hace que la gente mate. El comercio genera riqueza y hace que la gente pueda mantenerse sin cometer actos inmorales. Cuanto más rica es una sociedad, menos costoso es el comportamiento honrado. En una sociedad que sale de la pobreza, los comportamientos más inmorales – como matar a los propios hijos – desaparecen y son vistos con horror. Cuanto más rica es una sociedad, menos comportamientos inmorales (explotación laboral, sexual…) se toleran y más comportamientos humanitarios pueden extenderse (atender a los enfermos, a los discapacitados).

Los mercados permiten los intercambios impersonales y reducen la dependencia de unas personas respecto de otras, dependencia que es inevitable cuando las relaciones económicas se desarrollan solo entre personas de un mismo grupo (cambian las relaciones entre amos y criados por las relaciones entre proveedores y clientes. El criado tiene un solo amo, el proveedor tiene miles y, por tanto, ninguno).Y, como consecuencia, se desarrollan las instituciones que refuerzan la posibilidad y seguridad de los intercambios impersonales (resolución imparcial de los conflictos; seguridad física y de la propiedad…) que, en un círculo virtuoso, incrementan los intercambios. Las instituciones están basadas en la idea de imparcialidad lo que, a la vez, promueve la extensión de la imparcialidad de los propios juicios individuales. Gracias a la extensión de los intercambios, desarrollamos el sentido de la imparcialidad. Prerrequisito de la imparcialidad es la distancia.

El tercero que decide sobre una disputa está “más lejos” del conflicto que las partes involucradas en él. Cuanta más distancia pongamos entre el que toma una decisión y el que resulta beneficiado o perjudicado por la decisión, más probabilidad hay de que la decisión sea imparcial. Y, más importante, “la existencia de los otros nos permite entender que nuestros juicios respecto de nosotros mismos pueden estar sesgados porque estamos demasiado cerca de nosotros mismos”

La reacción de los demás – que podemos adelantar – nos permite autoenjuiciarnos de forma más imparcial, convertirnos en actores y espectadores de nuestra conducta y enjuiciarla como lo haría el espectador. Y cuanto más lejano esté el otro, mayor imparcialidad en el juicio propio permitirá que desarrollemos. La familia y los amigos no nos ayudan mucho a la autocrítica y la interacción con los que viven en las antípodas es inexistente. Los cercanos, no tan próximos, son los que más nos ayudan a desarrollar el sentido de la imparcialidad que está en la base de los juicios y comportamientos morales. Los extraños son los mejores maestros. Relacionarse con extraños es lo mejor para desarrollar sentimientos (puramente) morales. Solo en sociedades en las que los intercambios se realizan con extraños – en las que el comercio florece – puede desarrollarse el comportamiento moral.

En sentido contrario, cuando una sociedad en la que el comercio se ha desarrollado, los que lo practican no se comportan moralmente, la sociedad se degrada y se cae en el mercantilismo. Ahora no es la imparcialidad, sino el deseo de recibir aprobación lo que genera los sentimientos morales. La aprobación social se recibe porque uno se comporta honradamente o porque uno es rico (la riqueza proporciona distinción social), lo que nos lleva a comportarnos moralmente y a acumular riqueza para lograr la aprobación y a sustituir uno por otra en función de lo que nos resulta más fácil, lo que puede llevar a una sociedad a tener estándares morales muy bajos y a que los que obtienen riqueza lo hagan a costa de la sociedad en su conjunto desarrollando comportamientos inmorales. Es la sociedad del mercantilismo: el Estado permite enriquecerse mucho a algunos otorgándoles privilegios y monopolios.

Paganelli, Maria Pia, Commercial Relations: From Adam Smith to Field Experiments (2013). Oxford Handbook on Adam Smith, Christopher Berry, Maria Pia Paganelli, and Craig Smith, F., eds., 2013,

1 comentario:

Anónimo dijo...

¿Es la pobreza lo que incentivó a los directivos de las cajas de ahorro, fuertemente estimulados por los sistemas de retribución de que se habían dotado en ejercicio de la libertad de empresa y las reglas de mercado, a sustituir sus depósitos y "colocar" obligaciones subordinadas o preferentes entre personas que a veces carecían incluso de toda capacidad de entender, a menudo eran personas iletradas, y otras veces simplemente sujetos confiados en que su caja o banco gestionaría correctamente sus ahorros? Sí, es cierto, la pobreza, la ignorancia y la desigualdad son auténticos estímulos a la maldad.
Lo de que además algunos maten por ser pobres es mucho más excepcional.

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